Me encontraba bajo la sombra de un árbol, y por un momento, al verme rodeado de flores y de árboles de formas hermosas y caprichosas, comencé a tejer iluciones. Vivía en un mundo diferente, en un mundo pleno de amor y paz. Sólo reinaba la primavera, con su belleza y lozanía eterna. No había llanto, ni dolor, ni soledad, nada oscurecía la pureza de aquel momento.
Los animales corrían por todos lados libremente, sin el temor de ser víctima del hambre de otro mayor; los pájaros parecían trinar las más hermosas melodías, las flores enseñaban sus mejores galas sin ser arrancadas.
El mar, los ríos se encontraban diáfanos, sin ningún tipo de contaminación. Todo era un sueño. Los hombres de diferentes razas y credos, se trataban como hermanos, sin prejuicios, sin egoísmos, solo con amor.
La guerra estaba enterrada, no existía. La paz y solo la paz abrigaba los corazones. Pero al volver a la realidad, al salir de aquel estado de encantamiento, toda aquella visión y también mi corazón, se rompió como el cristal.
